Noche Estrellada



Otra vez soplaba la solitaria brisa del mar nocturna. La única música que escuchaban mis oídos era la pelea entre las olas y las rocas y el silencio de una pareja de enamorados paseando en barco en dirección al puerto. Me encontraba en un lugar privilegiado. O eso me parecía a mí por el paisaje que podía contemplar desde él. Este sitio era poco frecuentado debido a las leyendas y a los rumores que tenían como protagonistas desde ladrones, asesinos y traficantes hasta dragones, brujas y gigantes. La más conocida era sobre un rey moro cuyo rostro permanecía en la montaña.

Cada noche de verano, al atardecer acudía allí y me refugiaba entre los abrazos de los árboles de ese frondoso bosque alzado sobre una pequeña montaña. Al principio partía hacia allí con el propósito de aclarar mis pensamientos pero la belleza del cielo concurrido de estrellas me hacía olvidar las preocupaciones, las discusiones con mi familia y los interrogantes sobre el futuro. Nunca conocí otro sitio en el que las estrellas brillaran con un amarillo tan intenso que quedaba reflejado en el agua y provocaba la envidia de la luna.. Al horizonte, no tan lejos como sus vecinos astros se encontraba el viejo puerto iluminado con tonos anaranjados que se complementaban con el azul oscuro intenso del cielo y ayudaban a alumbrar el lugar junto al amarillo de los luceros.

 No me importaba de lo que estaba compuesto o lo que podía residir en la superficie del suelo en el que me encontraba recostado. Estaba muy cómodo y disfrutaba de la atmósfera del lugar. Con los brazos tras la nuca y con la vista fija en el firmamento pensé en aquellas estrellas que me devolvían la mirada. ¿Cuánto tiempo llevarían allí arriba? Quizá la mayoría de ellas ya se habían desvanecido miles de años atrás y, sin embargo, su luz todavía permanece, al igual que una buena historia que supera la prueba del tiempo y continúa brillando a lo largo de los años.

En medio de este ensimismamiento, unos acordes llegaron débilmente a mi oído. Eran unos acordes familiares procedentes de un instrumento de cuerda.  Intrigado y a la vez asustado, me dejé guiar por la armonía de aquella canción. De esta manera conocí  a Elisa. Probablemente llevaba varios días frecuentando ese lugar, quizá semanas.

¿Cómo no había reparado en ella antes? Su vestido blanco desafiaba la oscuridad de la noche. Gracias a este resplandor pude contemplar su cabello lacio y moreno todo recogido salvo unos mechones que se resbalaban por su rostro y que me dificultaban la visibilidad de unos ojos grises como los gatos. Nunca podré borrar de mi memoria aquella versión del Canon de Pachelbel. Sus dedos parecían bailar sobre las cuerdas. El instrumento no era el único que emanaba música y belleza.

No se retiró hasta que terminó la canción. Sonrió con la mirada perdida en las cuerdas de su guitarra y se levantó. Al marcharse mostraba una elegancia y delicadeza propia de las bailarinas de ballet. Pasé toda la noche observándola, incluso cuando ella ya se había marchado la continuaba viendo en mi cabeza interpretando aquella obra. Se me olvidó por qué iba a esa montaña todas las noches y por qué me gustaba tanto.

Después de aquella noche sabía que algo ocurriría con esta mujer y que no era una casualidad que se hubiera cruzado en mi camino. No sabía ni su nombre pero me había enamorado. Yo era un chico insensible que nunca había pensado en las mujeres como algo más que un divertimento temporal y como modelos para pintarlas desnudas. No obstante, con aquella chica sentí algo diferente. Nadie había conseguido apartar mi mirada de las estrellas por más de dos minutos y ellas había hecho que no necesitara volver a verlas. La belleza de la  noche ni se aproximaba a hermosura que irradiaban aquellos delicados bucles de su cabello.

Pasaron varios días hasta que me atreví a presentarme. Siempre la encontraba en el mismo lugar tocando diferentes canciones con la guitarra. Me di cuenta de que siempre reservaba el Canon de Pachelbel para el final. “Venga, hoy después de la de Oscar Esplá, le digo algo” me desafié una noche. Sin embargo, aquella noche no era el único que conocería a Elisa.

Le había dado muchas vueltas a cómo introducirme ante ella. Qué decir o hacer para parecerle un chico simpático y que no huyese. Le diría algo interesante sobre aquel paisaje e ingenioso que me hiciera parecer inteligente y luego le haría un tímido cumplido sobre sus ojos y su forma de tocar la guitarra. Recordé mis estudios sobre música pero, aunque conocía muchas canciones clásicas no sabía nada sobre la manera de tocar aquel instrumento.

Sin embargo, todo esto no sirvió de nada porque cuando me dispuse a acercarme a ella me tropecé con una rama y caí de bruces a sus pies. Ella se sobresaltó e hizo un ademán de salir corriendo guitarra en mano. Aunque me había propinado un buen golpe en la cabeza debido un despiste reaccioné a tiempo y me disculpé por la intromisión añadiendo que la calidad de su música había desarrollado mi capacidad para meter la pata. Ella sonrió y volvió a sentarse. “Me llamo Elisa” enunció.

Todavía no me había levantado del suelo cuando oímos unas voces graves y rasgadas acompañadas por unos pasos nerviosos que se dirigían hacia nosotros. “No te preocupes, será un grupo de excursionistas que están dando un paseo” le comenté. Seguidamente escuchamos un disparo y casi grité del susto de no ser que Elisa me cubrió la boca con sus manos. Estuvimos escondidos en silencio intentando descifrar el propósito de aquellas personas.

-Deshazte de él- ordenó un hombre con una voz escalofriante que parecía ser el jefe.

-¿Y qué hacemos con la mercancía? No hemos cumplido el trato. Tenemos que entregar el resto del génro o nos tratarán del mismo modo que a este desgraciado que nos quería traicionar.. Maldito topo traidor - dijo otro hombre preocupado e indignado.

Busqué con los ojos a Elisa y la intenté tranquilizar en silencio aunque la inquietud crecía dentro de mí cada segundo de manera exponencial. Ella me miró también y me apretó la mano.

-¡Cállate! no me dejas pensar... Lo quemaremos... Lo quemaremos todo... Así no dejaremos pruebas ni del producto ni de este pobre infeliz- sentenció el jefe.

-El Navajas se va a enfadar- advirtió otro de los integrantes de la banda.

-Tenemos el dinero suficiente para volver a América y seguir con el negocio. El Navajas no nos seguirá hasta allí- afirmó el jefe.

“¿Has oído eso?” le susurré a Elisa. Ella me contestó que no hiciera ruido. Era una situación muy tensa y mi torpeza volvió a manifestarse en todo su esplendor. En un intento de coger la guitarra a Elisa para que estuviera más cómoda toqué las cuerdas y se produjo un gran estruendo que hizo que los traficantes adivinaran nuestro escondite.

Permanecimos atados varias horas junto al cuerpo inerte de la persona que podía habernos sacado de aquel embrollo. Finalmente el grupo de hombres, concretamente el jefe, decidió que incendiarían la mercancía y los alrededores del lugar pero controlando el fuego.

-¡Hay mucha vegetación! ¡El fuego se extenderá por toda la montaña!- exclamé en vano.

Provocado el fuego, los traficantes se marcharon sin mirar atrás. Las llamas de aquel fuego llamaban la atención por encima de las estrellas. Observé que una lágrima caía por la mejilla de Elisa. “Lo peor es que van a destrozar este precioso lugar y nunca más nadie podrá descubrir su encanto. Y encima los culpable se escapan sin castigo” dijo cabizbaja.

Yo estaba muy nervioso, pensaba en mis amigos, en la familia, en que dentro de dos semanas empezaba la Universidad y, sobre todo pensaba en ella. Me conmovieron sus palabras y no pude evitar cogerle la mano y darle un beso para limpiar aquella lágrima. El fuego nos estaba alcanzando y ya apenas podíamos respirar por el humo. Antes de perder el conocimiento me pareció oír voces de personas. No sabía si era el delirio o si estaban allí realmente.

Cuando desperté me encontraba en el hospital con varias quemaduras sin gravedad y me dolía mucho la cabeza. Allí estaban mis padres, mi hermana pequeña y un par de policías con cara de impaciencia. Mis padres me contaron lo sucedido. Los policías habían recibido un aviso por parte de uno de los miembros de la banda de traficantes de sus intenciones. Resulta que habían ajusticiado al hombre equivocado. Sin embargo, el fuego fue algo imprevisto y sólo pudieron salvar a las personas que se encontraban allí pero no al entorno. En ese momento ella volvió a mi cabeza. “¡Elisa! ¿Dónde está Elisa?¿Está bien?” grité. Los agentes me comunicaron que estaba bien y empezaron a formularme preguntas sin descanso hasta que satisficieron su apetito de información.

Pasaron semanas y no la encontré. La busqué por todas partes. En el hospital se negaron a darme su dirección. La policía tampoco me ayudó. Pregunté a la gente, busqué en las páginas amarillas, en internet y había cientos de Elisas. No podía olvidar su sonrisa, sus ojos, su valentía, ni su tristeza... Durante el tiempo que la estuve buscando pinté un cuadro para ella. Decidí terminar la pintura en el sitio donde empezó todo. De esta forma, ella me encontró a mí. Elisa no cayó a mis pies pero se acercó con la misma delicadeza con la que tocaba la guitarra aquel día. La montaña estaba quemada y llena de escombros pero en ese momento ya era de noche completamente y se podía contemplar el mismo precioso paisaje. “Toma. Esto es para ti, Elisa. Se titula Noche estrellada. Para que siempre que quieras ver las estrellas y la magia de este lugar mires este cuadro” le dije mientras le entregaba el presente. Ella sonrió y lo aceptó.






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