El género subordinado

Tras leer el artículo de opinión titulado “El género no marcado” del catedrático de Lengua Española de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de la Real Academia Española Pedro Álvarez de Miranda (gracias al tweet del célebre escritor Arturo Pérez Reverte (https://twitter.com/perezreverte/status/490074875273695232), me gustaría exponer mi humilde punto de vista como estudiante de Filología, como hablante de la lengua española y como mujer, sobre diversos aspectos tratados en el mencionado artículo. (Aquí les dejo el enlace por si quieren leerlo antes o después de este post: http://cultura.elpais.com/cultura/2012/03/07/actualidad/1331150944_957483.html.

El autor de dicho artículo defiende mediante una explicación muy detallada e ilustrativa que el género "por defecto" y “no marcado” es el género masculino y esto es inalterable, que cambiar el lenguaje para intentar modificar la sociedad es algo propio de ingenuos y que las normas lingüísticas más arraigadas son inmutables:

“Lo que no puede es no ir en ninguno, porque el ‘sistema’, para funcionar, necesita que uno se imponga por defecto. Tampoco puede ir en los dos, porque su presencia simultánea es incompatible en una sola forma, […] Porque el masculino es el género por defecto, es, frente al femenino, el género no marcado”.

 “Es ingenuo pretender cambiar el lenguaje para ver si cambia la sociedad”.

“Las convenciones lingüísticas más profundas no se pueden modificar”.

En la primera cita se muestra una convención lingüística actual que, en mi opinión, no refleja la sociedad “igualitaria” en la que vivimos y las otras dos muestran una perspectiva con la que discrepo totalmente. A continuación os explicaré el porqué.

En primer lugar, es una obviedad que utilizar ambos géneros no contribuye al principio de la economía del lenguaje. No obstante, ¿por esta razón ya no se concibe que el género por defecto pueda ser el femenino? ¿Por qué no pueden cambiarse estas convenciones? ¿Por qué no se puede cambiar el “sistema” que funciona invisibilizando a la mitad de la sociedad en algunos de sus usos? Porque no interesa. Tanto políticos como próceres en el campo de la lingüística o de la cultura defienden este pensamiento mediante argumentos válidos y coherentes pero fundamentados en una ideología concreta, al igual que los míos, sólo que en lugar de disfrazarlos de axiomas o tratar de convencer a los demás de que mi postura es la correcta, sólo intento exponer un punto de vista distinto. Con esto no trato de menospreciar los pensamientos de otros sino mostrar que hay diversidad de opiniones sobre este tema y que cada hablante hace su propia valoración al respecto.

Muchos profesores de universidad, sobre todo los que más años acumulan en las clases de las facultades, defienden este uso tradicional y machista del español pues es el que le han inculcado a ellos en sus tiempos de estudiante. Algunos incluso acusan a los feministas de radicales. Por si acaso, recuerdo que el “feminismo” defiende la igualdad entre el hombre y la mujer, el individuo que incline la balanza en lugar de equilibrarla no podría ser calificado como “feminista”. No se trata de que uno sea superior al otro sino de que la utilización de uno u otro sea elección del hablante y sus circunstancias. En la siguiente cita el autor del artículo expone que sería absurdo cambiar el masculino por el femenino como género no marcado porque al cabo del tiempo se pediría lo contrario. No se trata de darle el derecho de votar solo al hombre o solo a la mujer, sino que ambos tengan la libertad de elegir. Estas son las palabras exactas:

“¿Podríamos reunirnos en asamblea los quinientos millones (o más) de hispanohablantes para decidir que ya estaba bien, que después de diez siglos en que el masculino ha sido el género no marcado, ahora le tocaba al femenino? Alguien persuasivo (ya está ahí otra vez el dichoso masculino) tomaría la palabra para decir: “Señores y señoras...” (en estos vocativos iniciales la duplicación sí es bien lógica y está asentada desde antiguo; el principio de economía apenas se resiente). Luego seguiría: “Estamos aquí reunidos (otra vez el masculino) para...”. Etcétera. Se sometería a votación la siguiente propuesta: “A partir de mañana mismo, el femenino pasa a ser el género no marcado. Ya iba siendo hora. Se dirá en adelante los árboles y las plantas estaban secas; tengo cinco hijas: Pedro, Juan, Manuel, María e Isabel; estamos aquí reunidas...”. La votación sería más bien complicada. ¿A mano alzada? ¿Por aclamación? ¿Se convocaría un referéndum? ¿Podría nuestro persuasivo orador controlar el previsible guirigay de la masa? ¿Qué hacer con los disidentes? Transcurridos diez siglos, ante la aparición de nuevas guías idiomáticas diametralmente opuestas a las de hoy, y de Plataformas por la Visibilidad del Masculino en el Estado Español, se suscitaría la necesidad de que una nueva asamblea (¿de cuántos millones de almas?) diera nuevamente la vuelta a la tortilla, pues ya le tocaba otra vez al masculino. Y así sucesivamente. No hace falta decir que estoy utilizando el recurso dialéctico de la reducción al absurdo. Con su poquito de guasa.”
Como he afirmado anteriormente, debido al principio de economía, es evidente que no debe radicalizarse la postura que defiende el uso de ambos géneros. Muchos eruditos recurren al típico ejemplo de que si todos los hablantes utilizaran tanto el femenino como el masculino las frases serían interminables. Sin embargo, no entiendo por qué el uso de “nosotras” en lugar de “nosotros” en un contexto en el que las féminas son mayoría en el colectivo al que se hace referencia es algo impensable e inviable para el sistema. Si las mujeres no deberíamos sentirnos en un segundo plano, invisibilizadas o bajo el influjo de un lenguaje sexista, ¿los hombres se sentirían menos hombres por decir A nosotras nos gustó la película? Crear nuevas soluciones es una tarea más ardua que la de recurrir a ejemplos extremos y radicales para burlarse de esta seria situación y ridiculizar a aquellos que intentan solventarla.

Hace años disfruté de un viaje a Sevilla con el instituto en el que tuve la deliciosa oportunidad de conocer al escritor Fernando Iwasaki y de que compartiera con la clase su sabiduría literaria. Como en la sala los hombres se reducían a 4 (incluyendo al mismo Iwasaki) frente a las casi 30 mujeres que los rodeaban, Iwasaki decidió utilizar el femenino cuando hacía referencia al público que le escuchaba y también cuando hablaba en general. Al principio a la mayoría nos pareció gracioso y divertido pero enseguida nos acostumbramos y entendimos que eso era lo lógico y natural.

Está claro que las convenciones lingüísticas actuales de la lengua española fueron creadas en el momento en el que la sociedad era patriarcal y las mujeres no gozaban de los mimos derechos que el hombre. ¿Si en la actualidad el hombre y la mujer tienen los mismos derechos, por qué esto no se refleja en el lenguaje? ¿Por qué subordinarse a una oración principal cuando deberían ser dos coordinadas? ¿Las convenciones lingüísticas más profundas no se “pueden” modificar o no se “quieren” modificar?

Introducir nuevas normas o cambiar las ya establecidas en una lengua no es un trabajo fácil pero no por ello es menos necesario. El lenguaje es un arma muy poderosa que sí puede cambiar la sociedad. Un ejemplo literario contemporáneo es 1984 de George Orwell. Una obra magnífica en la que podemos observar cómo los dirigentes del Partido modifican el lenguaje según sus intereses para dominar el pensamiento de la sociedad. En la neolengua no existe el concepto de “libertad” para que las personas desconozcan su significado. Parece absurdo, ¿cómo van a olvidar lo que significa la palabra “libertad”? Muy fácil: prohibiendo su uso. Quitándola del diccionario y de la historia, en unas cuantas generaciones este vocablo habrá sido olvidado.

Esto prueba que cambiar el lenguaje cambia la sociedad. Además, la sociedad también cambia el lenguaje. Esto lo observamos en que ya no hablamos como en el siglo XVI e incluso no dialogamos igual que nuestros padres o abuelos. En la actualidad necesitamos citas aclaratorias para leer El Quijote con las palabras exactas escritas por Cervantes en su momento; hay muchos términos nuevos relacionados con los inventos tecnológicos y la globalización y el plurilingüismo, como googlear, whatsappear o iphone, por poner algunos ejemplos.

En conclusión, cada persona como hablante de español tiene su propia opinión y argumentos con la que defenderla. La que acaban de leer es la mía y con ella no pretendo adoctrinar ni convencer a nadie de que sea adepto a ella, tan solo compartirla a la vez que mostrar otras distintas. La sociedad se refleja en el lenguaje porque es ella quien lo crea y con la modificación de éste se cambia la sociedad. Si en la sociedad actual el hombre y la mujer son iguales, ¿por qué tenemos que hablar como si no lo fueran? Yo sí creo que se puede cambiar el sistema mediante la colaboración de todos para establecer un lenguaje y una sociedad libre de sexismo. Por ello, una alternativa posible sería la de que el género "no marcado" esté sometido a la elección del hablante y a las circunstancias en las que se encuentre (es decir, que si en el colectivo al que se hace referencia abundan las féminas, el género "por defecto" sea el masculino así como en el caso de que se aluda a un grupo de personas más amplio). De esta forma, el uso del femenino como género "no marcado" podría no ser considerado como erróneo por la RAE y otras instituciones y, de este modo, dejar de ser un género subordinado.


Comentarios

  1. Muy buen artículo.

    En mi opinión, cambiar este aspecto de nuestra lengua no es posible a corto plazo; creo que sí podría cambiarse y proponer lo que dices, que sea a elección del hablante -de hecho, opino que es una idea genial-, pero es algo que tomaría décadas, desgraciadamente.
    Yo soy hombre y no puedo imaginar cómo se puede sentir una mujer respecto a esta característica del español, por lo que tampoco me atrevería a decir que "están exagerando" cuando hacen notar su desacuerdo con esta norma.

    De lo que sí estoy en contra es de nombrar los dos sexos cada vez que se haga alusión a un grupo de personas que contenga mujeres y hombres, precisamente porque va en contra de la economía del lenguaje y me parece algo absurdo, tan solo imagina un discurso como el siguiente: "Estamos muy orgullosos y orgullosas de nuestros alumnos y nuestras alumnas que han superado exitosos y exitosas la prueba de acceso a la universidad; deben de estar muy contentos y contentas, sobre todo aquellos y aquellas que han logrado...". En fin, la igualdad representada de esta forma me parece que no funciona y es obvio. Sin embargo, sí me convence el hecho de decir, por ejemplo, "estamos todas aquí" si por "todas" se refiere a un grupo de personas en el que hay más mujeres que hombres.

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  2. Muchas gracias por comentar. Estoy totalmente de acuerdo con tu opinión. Para que un cambio importante se asimile en una lengua debe pasar tiempo, no un día o dos sino años. Sobre el tema de explicitar los dos géneros cuando hablamos, mi opinión es que la misma que la tuya. Como digo en la entrada, muchos próceres recurren a ese ejemplo extremista para rebajar la importancia del sexismo en el lenguaje. Dado que hoy en día sí hay sexismo en el castellano y las mujeres son invisibilizadas hay ocasiones en las que el uso de ambos géneros me parece adecuado. Un ejemplo es cuando el emisor se dirige a un público muy amplio como los profesores en las clases o los políticos cuando dan un mitin. En ocasiones como esas creo que el principio de la economía no se vería resentido porque se dijera "Queridos alumnos y alumnas" en lugar de "Queridos alumnos".
    http://3.bp.blogspot.com/-Bgozy49vVP0/TlIxVjbMnWI/AAAAAAAAAD4/N4jM174947o/s400/lenguaje-sexista1.jpg

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  3. ¿Realmente crees que hay distinción de géneros?¿No son géneros no marcados? ¿Qué me dirías de la palabra "agua"? El artículo de dicha palabra es masculino y, sin embargo, la terminación -a se atribuye al género femenino...

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    Respuestas
    1. Sí creo que hay distinción de géneros cuando las referencias son a seres animados y sexuados y no cuando la alusión es a seres inanimados y no sexuados. Es decir, cuando son hombres o mujeres a los que se hace referencia sí podríamos decir que el género se identifica con el sexo; pero cuando no son seres humanos o animales (porque las plantas no tienen sexo) no hay sexismo porque hablamos de género y no de sexo. Por ello, la palabra "agua" tiene género, pero no sexo.Su género es femenino pero el artículo es masculino porque al empezar por "a" se produce una cacofonía con el artículo femenino. Lo de la terminación en "a" es una regla general pero también hay excepciones (http://lema.rae.es/drae/?val=agua) Saludos

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